sábado, 14 de noviembre de 2009

Engaño

Sonó mi despertador. Lejos de mi cabeza sentía ese sonido que, a medida que pasaba el tiempo, se hacía más desagradable. Me levanté, como siempre, tomé desayuno y me vestí. Sabía que en aquella estación de metro estarías.
Corrí, llegué y me perdí. Pensé un poco y me detuve a leer, cosa que nunca acostumbraba a hacer: “Santa Lucía”, decía.
Todo esto me confundía. Dudé, como cada vez que salía a buscarte.
Hasta que te encontré. Eras tan sutil, y la besabas igual que a mí.
No me aguanté, corrí, fumé y lloré, como siempre.

Indiferencia fingida

La ansiedad y sus ganas de no pensar(la) lo tenían así, fumando cada un minuto. Como si el humo del cigarro pudiera detener su agitado corazón, o las fervientes ganas de reír, o llorar.
Ella, ahogada en el alcohol que él había hecho que tomara, sólo lo miraba, con esa mirada expectante, vacía. Una mirada que sólo dice una cosa: sácame de aquí.
Él, dando media vuelta e intentando no pensar(la), abandonó el lugar.

tiempo

Cuando entraste por la puerta, te veías notoriamente más cambiado. Bajo tus ojos, siempre brillantes, había una bolsa de piel que, claramente, delataba tu cansancio. Ese pelo crespo y tan crudamente negro ya no era el mismo, había mucho blanco, lo que ahora hace juego con tu tan oscura piel.
Mientras mi corazón latía cada vez más fuerte y rápido, mis ya húmedos ojos se fijaban en tus cansadas manos, con las cuales parecía que habías hecho muchas cosas fuera de casa; tenían bastantes hendiduras que no recordaba, y tiritaban como la primera vez que me besaste.
Mi respiración iba en aumento. Por un lado, pensaba en todo lo que deseaba correr y abrazarte. Por otro, no podía. Me costaba creer que aquello que tanto soñaba estuviese pasando.
Entre tanto dudar, mi pensamiento se vio reflejado en tu actuar. Dejaste el bolso en la entrada y, lentamente caminaste hacia mí. Nos quedamos frente a frente, mientras el silencio hacía que ambos corazones casi estallaran.
Luego de un largo momento de miradas y aromas que permanecían, hasta entonces, en nuestras memorias, tu mano se dirigió a mi rostro contemplativo, ese que se encontraba mojado por las lágrimas que no dejaban de brotar de mis ojos. Mis manos se unieron a tu juego, ese del recuerdo. Bajaban por tu espalda, volvían a sentir tu pecho, tu rostro, tus labios. Era como un conocernos de nuevo. Tus manos recorrían mi cuerpo como si quisieran recuperar cada parte de mí, todo lo que ya había sido tuyo desde hace tanto.
Nosotros mismos, ya viejos y arrugados, cada vez sentíamos más aquello que había sido sólo melancolía durante estos años.
Y nuestros labios jugaban con el tiempo, ese que ahora había vuelto para nosotros.

Frutillas con crema (de esa que viene en caja)

Quería ir a ver si era verdad lo que me habían contado, quería saber si eso de lo que el mundo hablaba era cierto.

La gente dice que has vuelto, todos me cuentan que te han visto comprando esas frutillas que tanto nos gustaba comer....esas que con crema (de la que viene en caja) me saben a recuerdos....a mis recuerdos contigo.

En estos años me parecía que la nostalgia de tus labios comenzaba a quedarse sólo como eso... nostalgia que me invade cada noche al sólo imaginar tus manos, pensarme entre tus brazos y dulces caricias. Esos tus labios que se comían los míos cada vez que me veías.

Tu piel morena, que contrastaba con la mía, blanca y tan pecosa. A veces tan blanca que se nos pasábamos horas soñando a nuestros hijos, quizá con la piel tan oscura como la tuya y el pelo anaranjado como el mío, tal vez con tu sonrisa y mis gestos irónicos...quién sabe... tantos recuerdos que vienen a mi cabeza cuando, al ponerse el sol que mirábamos todas las tardes en mar, te imaginaba conmigo.

Con la melancolía y las ansias de verte, fui a la cocina, tomé una frutilla, la unté en crema (de esa que viene en caja) y me senté frente a la puerta por la que soñaba todas las mañanas, tardes y noches que aparecerías.